Smithson vuelve a Passaic, su ciudad natal, en 1967. Lo que era un agradable pueblo, en sus recuerdos, pasó a ser parte de estos impersonales y genéricos suburbios norteamericanos. Al ser tragada por la siempre creciente periferia se vuelve gris, pierde su identidad. Sin embargo Smithson logra rescatar y destacar estas ruinas modernas que nos presenta a lo largo de su recorrido. Las ve como el producto de esta crecida incesante de los suburbios, que no se detienen a mirarse, ni siquiera para tratar de reencontrar lo que les era propio, como pueblo, y menos para tratar de diferenciarse. Este movimiento perpetuo sigue siendo válido hasta el día de hoy, al revisitar los monumentos presentados por Smithson -
de manera remota gracias a las nuevas tecnologías facilitadas por google- nos podemos dar cuenta que ya no existe ninguno, la única constante que sigue presente a pesar de los años es la autopista, verdadera columna vertebral de la ciudad. Los de Passaic son monumentos efímeros, particularidad propia del Land Art, sólo que en este último es la misma naturaleza, a través de la erosión, que da cuenta del paso del tiempo. En este caso es el hombre quien da muerte definitiva a estas ruinas modernas.
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